sábado, 29 de abril de 2017

Delirio Sinfónico


El sol se ha extinguido en el horizonte y la luz plateada de la luna comienza a asomar.


Envuelto en una fuerza que de ser alguna es la falta de toda posible, animado por el desánimo de mis párpados y el peso de mis piernas, guiado por una corriente naranja, como cada día, me dispongo a abandonar mi cuerpo y posarme sobre los brazos de La Nada. Cada paso hacia mi cama anticipa más mi encuentro con ella. Empiezo a fantasear con esa ese oleaje azul verdoso, espectral, de otro mundo, que todos hemos sentido al abandonarnos al sueño, el cual no es otra cosa que la forma que tiene esa dama siempre ausente de mecernos.


Me inunda una calidez plúmbea, que me asiste en mi paulatino descenso al pozo con paredes grises de humo acolchado, en cuyo fondo se encuentra el mundo de los sueños. Mi cuerpo ha quedado atrás en este descenso y mi consciencia no parece querer acompañarme mucho más.


Algo ocurre. ¿Qué es esto?  Azul profundo, Rojo chirriante, amarillo fugaz, morado expansivo...¿Colores? Podría ser, una nube de colores...No. No es Eso. Es mucho más humano. Querer saber qué está ocurriendo sólo hace que la nube de sensaciones que, como una tormenta toma formas deformes, se vuelva más difusa. Así que desisto mi intento y ¡lo noto!


Violines. ¡Son violines!. Cantan melodiosos, como si se suspendieran en una brisa otoñal. Más cuerda. Cellos, violas y contrabajos siguen naturalmente sus turnos para dialogar con ellos. No tarda en llegar el acuerdo entre todos, y como un espejo, surge una nueva proposición a la par dulce y plena. ¡Sopresa! Se suman trompas y flautas para ofrecer sosiego. A esto responden las cuerdas, ya habiendo entrado en razón, finas, aéreas y como animando al arpa, su querida y cálida amiga, a exponer su visión del problema, que no es problema, sino canción. Un oboe asoma a cuya réplica un clarinete, tomándole la palabra, apacigua y arropa....


Distingo cada voz, cada articulación, cada matiz tímbrico, cada instrumento y cada idea. La música sigue volando. No es necesario pensar, porque toda esta música es uno conmigo. No sé distinguir quién es la causa de la existencia, la vida y el movimiento de cada uno de nosotros. Todo lo que ella me dice parezco haberlo sabido siempre, aunque no dejemos de sorprendernos.


¿De dónde viene esta música? -Me pregunto- ¿Cómo es que estoy escuchando una orquesta?


No termino de formular la pregunta y un silencio que resulta paradójicamente estruendoso me sacude. Como tirado por una soga soy arrancado de ese mundo, que veo alejarse vertiginosamente entre nubes gris oscuro.
En mi rápido ascenso capturo a mi consciencia, como un golpe parecido al que uno siente al tirarse de espalda a la piscina. Aturdidos aún ambos, aunque ya reconciliados, somos uno de nuevo al abrise mis párpados.


De nuevo mi cuerpo, mi cama, mi manta y la profunda oscuridad. ¿Dónde has ido bella fantasía?¿Cómo recupero esa embriagadora ensoñación? De esa música, pura y sincera, queda sólo el recuerdo.


A veces salto de mis sábanas al piano y al posar los dedos se apaga su recuerdo como una burlesca y risueña  bengala navideña. Otras veces, engaño a mi consciencia quedándome inmóvil y cerrando los ojos para volver al pozo. Alguna vez la he vuelto a encontrar y le he dicho, sin palabras, “dime más por favor, cántame, cántame, envuélveme otra vez, cántame…”


Y no en pocas noches me sucede. Tan pocas que especiales y por ello tantas que incontables. Cada vez que alargo el brazo para intentar agarrar esta música se esfuma. O mejor dicho, me esfumo yo, porque ella siempre parece estar ahí. Y es que ella es parte de mí, eso es lo que me fascina. O eso me gusta creer, bien podría venir del mundo eidético que describía Platón. Ella parece tímida, no viene a verme de esa forma cuando estoy despierto, el mundo hace bullicio y la espanta, prefiere que nos encontremos con La Nada, amable alcahueta.


Sea como sea, sus visitas nocturnas me dan esperanza, me hacen ver que en mí está su potencial, como una semilla que con paciencia crecerá en un majestuoso árbol de tonos verdes y ocres. Pero también me frustra perderla, y me apena no tenerla conmigo en todo momento de esa manera que tan sólo la música misma puede expresar; para lo que siento las palabras no están a la altura. Componer es escribirle cartas de amor, hablar con ella. Poco a poco he aprendido que no debo hablar tanto y escucharla más. Es bueno para los dos. Cuanto más la dejo hablar, más aprendo y más brillan sus colores. Es generosa; si la atiendo no deja de darme cálidos abrazos, de todas las tonalidades imaginables. También es bondadosa; me atiende y arropa si necesito consuelo, con cuidado reconstruye mis esquirlas si algo en mí se ha roto o me ayuda a quebrar un cristal si es lo que necesito.


Espero que llegue ese momento de complicidad en el que podamos, recogidos en la intimidad de mi piano, ser uno como en el mundo de los sueños, lugar en el que cada noche como sin esperarla la espero.


El sol se ha extinguido en el horizonte y la luz plateada de la luna comienza a asomar, tengo una cita.

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[Escucha recomendada para lectura: Prélude à l'Après-midi d'un faune, Claude Debussy]